Más allá de las fronteras, más allá de los miedos
- Leadership Collaborative
- 18 jul
- 2 Min. de lectura
por Stella Mary, OSM
Servite Sisters

Asistir a HOPE 2025 en Roma fue una experiencia inolvidable. Aunque ya había viajado sola largas distancias, en esta ocasión fue diferente. Estaba nerviosa, sin saber qué esperar. Nunca había asistido a un encuentro global como este, no conocía a nadie personalmente y tenía muchas preguntas: ¿Quién estará allí? ¿Cómo conectaré con los demás? ¿Cómo será?
Pero desde el momento en que llegué, el Espíritu ya estaba presente. El equipo organizador me acogió con calidez y apertura, y enseguida me encontré ayudando a empaquetar el material de la conferencia, formando ya parte de algo más grande. Luego, para mi sorpresa, mi primo, a quien nunca había conocido en persona, se presentó en el lugar de la reunión. Fue una sorpresa, bastante agradable.
Al día siguiente, me ofrecieron la oportunidad de visitar el Vaticano. Aunque ya había estado allí antes, esta vez se sentía diferente. Mi sueño de rendir homenaje al Papa Francisco, visitando su lugar de descanso, se hizo realidad con la ayuda de mi primo. Los milagros, verdaderamente ocurren.
Esa tarde en el aeropuerto, conocí a hermanas de todo el mundo. Mi nerviosismo se desvaneció y fue reemplazado por una conexión instantánea. No necesitábamos muchas palabras, las sonrisas y la presencia era suficiente. Ese es el regalo de la hermandad global.
Uno de mis objetivos personales para HOPE 2025 era llegar a conocer a todas y cada una de las hermanas que participaban. Pero pronto me di cuenta de lo imposible que era, cada vez que me daba la vuelta, había una cara nueva, y otra oportunidad para conectar. ¡Y qué alegría fue eso!
El primer día comenzó con un profundo recordatorio de que el trabajo en equipo es esencial. Somos como una orquesta, cada una tocando nuestro propio instrumento, ninguno más importante que el otro. La diversidad no es opcional, es indispensable. La regla de oro sonó con claridad: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. Se nos retó a dejar nuestro ego en la puerta, a ver el valor de cruzar al otro lado, de apoyar y aprender de aquellas que son diferentes a nosotras. Una frase se me quedó grabada profundamente fue: “Compartir la debilidad nos une más que compartir las fortalezas”.
En el segundo día nos invitó a profundizar en la conexión a través de la oración, el trabajo y la vulnerabilidad. La escucha verdadera, sin juzgar ni tener ideas preconcebidas, se convirtió en un acto sagrado. Una de las ponentes nos desafió: ¿Cuáles son tus experiencias como puente? Esta pregunta resonó en mi corazón. Se nos invitó a recordar nuestro primer amor, nuestro llamado, y a redescubrir el poder de caminar juntas en nuestra fragilidad y belleza. El caminar de la kenosis (vaciamiento de uno mismo) a la theosis (transformación divina) no era una carga, sino un don.
Cuando nos centramos en el liderazgo. No se trata de dominio o de certeza, sino de reflexión, diálogo y autenticidad. Las líderes son aquellas que crean espacios para que las demás crezcan. Ese mensaje resonó profundamente con mi propia investigación sobre el liderazgo en la vida consagrada.
Visitar Subiaco y los monasterios de San Benito y Santa Escolástica me ofreció una profunda visión de la serenidad, el silencio y la espiritualidad de la entrega. Y sí, ¡el gelato hizo que la peregrinación fuera aún más dulce!
Finalmente, la despedida llegó con amor, nostalgia y una conexión perdurable a esta hermandad global.
Lo que más aprecié fueron las conversaciones espontáneas, caminar juntas durante los descansos y la sencilla gracia de sentarnos en diferentes mesas durante las comidas, compartiendo historias, sonrisas y vida.
Lo que más me sorprendió fue la hermosa diversidad: diferentes congregaciones, diferentes carismas, diferentes maneras de vestir y personalidades, pero todas llevando al mismo Jesús, y compartiendo al mismo Jesús, con amor, fidelidad y sonrisas.
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