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Liderar desde las periferias: lecciones de ¡Re-Existe 2025!

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por Romina Sapinoso, SC, Director asociado


La mañana no podía ser más hermosa. El aire era fresco después de una lluvia  nocturna y había un cielo azul detrás de las nubes de un claro gris. Bajo los árboles del Centro de Espiritualidad (CESP) en Guadalajara, México, me senté en círculo con otras nueve  personas. Nos estábamos reuniendo por primera vez, al igual que los otros cuatro grupos pequeños repartidos  en el terreno del retiro. 

 

Cerca de 80 personas nos reunimos en el CESP y en el ITESO, la universidad Jesuita de Guadalajara, del 22 al 26 de septiembre para participar en Re-Existe 2025, un encuentro intercultural e interreligioso que reunió a los colectivos que trabajan por la justicia, la rehabilitación ecológica y la dignidad humana. Los participantes procedían de todo el mundo: El Salvador, Kenia, India, Pakistán, España, Austria, Italia, Indonesia y Estados Unidos, por nombrar algunos. Algunos eran líderes de fe: sacerdotes religiosos y diocesanos, hermanas religiosas, chamanes y ministros ordenados de otras  denominaciones. Otros eran teólogos universitarios, artistas, activistas y organizadores comunitarios. La diversidad del contexto de los participantes fue notable. 


Esta fue la tercera de una serie de reuniones (después de ¡Resiste! en el 2019, ¡Re-Existe! en el 2023), y el tema de este año, «El Espíritu Conectando las Periferias», nos invitó  a escuchar la sabiduría de quienes viven y lideran desde los extremos del mundo y a explorar cómo la transformación está echando raíces allí. 


Mi pequeño grupo incluía a Cecelia Fire Thunder, una anciana Lakota de Dakota del Sur en Estados Unidos; Adelard Kananira, de Gay Christian Africa; Sabina Rifat, fundadora de WAKE (Educación para mujeres y niños) en Pakistán; Dicky Senda, cofundador de Lakoat Kujawas en Timor; y Anson Samuel, de The Upper Room, que trabaja  por los  derechos LGBTQ+ en la India y Austria. La hermana Mūmbi Kīgūtha, CPPS, de Friends in Solidarity y Watawa wa Taa, moderó nuestro círculo, mientras que Bernie Brady, de la Universidad de St. Thomas, y yo, en representación de Leadership Collaborative, servimos como oyentes cuya tarea era recibir y entrelazar lo que escuchábamos  en nuestro círculo. 


En esencia, ¡Re-Existe! trata de hacer teología desde los márgenes. Se nos  invitó  a escuchar a quienes viven en las trincheras de la lucha por proteger la vida y la dignidad y a practicar un tipo diferente de liderazgo, uno que lidera creando espacio en lugar de tomándolo. Re-Existe busca crear un espacio para las voces más allá de los expertos  teológicos y confia en que la sabiduría divina surge de la base de la experiencia  compartida. 


Cada día giró en torno a uno de los tres temas: despertar, re-existencia y encarnación. Los panelistas compartieron cómo despertaron a la comprensión de que el sufrimiento y la desacralización de nuestra vida y de nuestro alrededor “no pueden ser nuestro  destino”, además cómo la imaginación y la compasión  han guiado  su trabajo hacia la sanación, tanto personal como comunitaria. 


Mientras escuchaba, empecé a darme cuenta de que cada historia era también una historia  de liderazgo. Este liderazgo no surge del poder, sino de la presencia. El despertar es un acto de amor, un retorno a uno misma que a menudo comienza en una  crisis. El verdadero liderazgo comienza aquí: con la conciencia de uno misma, el valor y la disposición a transformarse antes de transformar el mundo. 


La fe, la familia y la comunidad ayudaron o entorpecieron este despertar. Una y otra vez, el valor de una persona para vivir según su verdad inspira a otras a hacer lo mismo. En este sentido, me di cuenta de que el liderazgo es intrínsecamente comunitario. Este invita a otras a su propia transformación. 


Cecelia compartió cómo su madre, sosteniéndola en brazos cuando era un bebé, le contó quién era y de dónde venía. Su historia nos recordó que el liderazgo se basa en el sentido de pertenencia y en conocer el lugar que uno ocupa en  el círculo  más amplio de la vida. Dicky me mostró los tatuajes que trazan parte de la historia de su familia y reflejan la lucha del pueblo Timorense por preservar su identidad y su dignidad, un mapa de resistencia grabado en sus brazos. 


Para Sabina, el liderazgo significó rechazar las dos únicas opciones que se les daban a las mujeres en su cultura: el convento o el matrimonio. Fundó WAKE para educar y empoderar a las mujeres y los niños de Pakistán. Para Adelard, que se crió en una familia católica devota en Burundi, significó imaginar el amor incondicional de Dios por él como  hombre gay mucho antes de que su comunidad y su familia pudieran afirmar el suyo, hasta que ese amor se convirtió en una verdad inquebrantable. Y Anson, que calificó nuestro  círculo como un “oasis”, habló de encontrar lo divino en su propia conciencia y en su  comunidad, El cenáculo, donde las personas podían cuestionar, sanar y reimaginar juntas la fe y la justicia. Cada historia reveló el liderazgo como un acto individual de valentía, que surge de la intersección entre la vulnerabilidad, la convicción, ademas de la respuesta de la comunidad. 



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A mitad de la reunión, visitamos El Salto, hogar de una cascada que alguna vez fue magnífica y que ahora se encuentra envenenada por la contaminación industrial. El fétido olor que emanaba del agua era casi insoportable, hasta el punto de que  algunos miembros del grupo no pudieron acompañar a los que nos acercamos al río. Los líderes de la comunidad nos contaron cómo la industrialización excesiva y la debilidad de las regulaciones habían enfermado a los residentes y contaminado su río. Sin embargo, habían organizado Un Salto de Vida para luchar por la justicia ambiental. Su trabajo está dando frutos poco a poco, sensibilizando a la población y no permitiendo que las grandes industrias  sigan impunemente con sus prácticas destructivas. De pie frente las aguas espumosas y contaminadas, vi cómo se ve el liderazgo cuando  está  arraigado en la comunidad. Es el dolor transformado en acción colectiva y la tristeza convertida  en solidaridad. 


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A lo largo de la semana, el liderazgo  adoptó  muchas formas. Se manifestaba en rituales,

en arte, en el silencio y la profundización de las conexiones a través de las comidas  compartidas. Estos sencillos gestos al estar juntos crearon un espacio sagrado en el que se entrelazaron la sanación personal y comunitaria. Como oyentes, a Bernie y a mí se nos  confió la tarea de guardar  estas historias, escuchar a los participantes de nuestro grupo pequeño  dialogar y aprender unos de otros. Al final, lo que me quedó claro es que  lideramos mejor cuando lo hacemos juntos. 


Cecelia nos recordó que sanar las heridas de la colonización, el patriarcado y la exclusión es un trabajo sagrado, pero exigente. Puesto que hubo dolor cuando se produjeron las heridas, liberarlas también traerá consigo cierto grado de dolor. Sin embargo, la sanación no tiene por qué hacerse en soledad. Recuerdo la famosa cita de bell hooks: “Rara vez, por no decir nunca, nos curamos de manera aislada. La sanación es un acto de comunión”. Dicky ofreció “manekat”, una palabra de su cultura que significa “de corazón a corazón”. Describió nuestro tiempo juntos como un “alimento del corazón”, en la que todos los que trajeron su yo auténtico a la mesa fueron recibidos con un abrazo y, en consecuencia, se fomentó la sanación de cada una de las personas del círculo. 


Al final de Re-Existe 2025, comprendí que lo que habíamos experimentado era una forma de liderazgo comunitario: una manera de ser que honra tanto el camino individual como el palpitar colectivo de la transformación. A través de las historias y las canciones, escuché un mensaje resonante durante nuestro tiempo en Guadalajara. Reexistimos  cuando lideramos en relación, cuando elegimos la sanación por encima del miedo y cuando recordamos que ninguna de nosotros está sola. 



 
 
 

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