top of page

La sabiduría al mirar más allá


por Annie Klapheke, SC

La invitación a compartir mi reflexión surgió de forma bastante orgánica. Romina Sapinoso, SC, directora asociada de Leadership Collaborative, y yo vivimos juntas en una comunidad local con las Hermanas de la Caridad de Cincinnati. Una tarde reciente pasando el rato en nuestro salón, casualmente compartí mi reflexión de orar con el Evangelio de ese día, que era la historia de las diez vírgenes y el banquete de bodas. Al día siguiente me preguntó si quería compartir mi reflexión con Leadership Collaborative. Ten cuidado con quién compartes tus reflexiones, ¡puedes recibir una invitación para dirigir o presentar! Hablando en serio, agradezco a Romina que haya valorado mi reflexión y me haya invitado a compartirla con todas ustedes.

 

Me gustaría empezar con algunas creencias sobre mi propia perspectiva.  Soy una mujer blanca, identificada con mi género, nacida y criada en Estados Unidos en un entorno de clase media. Esta reflexión es el lente a través del cual veo el mundo, y reconozco que mi visión del mundo es limitada e incompleta. En segundo lugar, quiero reconocer que no soy una estudiosa de las Escrituras ni una teóloga; puede que algunas de ustedes sí lo sean. Pero soy una mujer de oración, empapada de las Escrituras, como todas ustedes. Así pues, mi reflexión procede de mi oración personal y de mi apertura a la Palabra, pero no será un análisis riguroso y académico del texto.

 

Mateo 25:1-13 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’. Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’. Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora’’.

 

Seré sincera, este pasaje del Evangelio nunca me ha llamado especialmente la atención. A menudo me ha dejado con muchas preguntas. ¿Nos está enseñando Jesús a no ser generosas y a mirar sólo por nuestras propias necesidades? ¿Desea Dios realmente negar a alguien la entrada al banquete celestial? Pero cuando hace poco me puse a orar con este pasaje, me sentí atraída por la palabra sabiduría, y reflexioné sobre lo que esta lectura tenía que enseñar sobre la sabiduría.


La sabiduría es un don en el que pienso y que pido a menudo en mis oraciones. Para mí, la sabiduría tiene la connotación de ser algo más que conocimiento. Es el conocimiento unido a una profunda intuición sobre lo que es correcto. Se trata de estar enraizada y centrada con el corazón. Especialmente ahora, en esta época de transformación de la vida religiosa, me atrae aún más la sabiduría. Cuando asisto a reuniones con mi propia Congregación, o con personas más jóvenes de otras Congregaciones, a menudo me pregunto: ¿Cómo podemos ser mujeres de sabiduría en este proceso de transformación? ¿Cómo podemos ser líderes con sabiduría? Estas fueron las preguntas que tenía mientras oraba. Así que me pregunté, ¿qué distinguía a esas cinco vírgenes para ganarse el apreciado título de "sabias"? ¿Y qué pueden enseñarnos a nosotras, las religiosas que vivimos en este momento de la historia? 

 

Me gustaría hacer tres observaciones sobre estas vírgenes prudentes. En primer lugar, mantuvieron su atención en lo más esencial: la unión total con el Esposo, es decir, la unión total con el amor de Dios. Tenían claro por qué estaban allí, y sus acciones y elecciones estaban encaminadas por el deseo de unión con el amor de Dios. En segundo lugar, tenían una visión a largo plazo que les permitía ver más allá del momento presente. Estaban dispuestas a esperar mucho tiempo, sabiendo que lo que más deseaban podía no llegar inmediatamente, o que se les podía pedir que esperasen.  Su sabiduría se basaba en la paciencia. En tercer lugar, reunieron lo que necesitaban para estar preparadas cuando se les invitara a pasar a la acción. Discernieron sus necesidades y se prepararon. Esperaron con paciencia y preparación. 

 

¿Qué significa esto para nosotras? En primer lugar, en nuestra vida y en nuestro liderazgo como religiosas, ¿tenemos claro qué es lo más esencial y nos centramos en ello? La realidad de nuestras vidas, nuestras congregaciones y nuestro mundo es muy compleja. A veces podemos distraernos o salirnos del carril con cosas que no son esenciales. ¿Cómo mantenemos la mirada fija en Dios? Dos, ¿tenemos la visión para ver más allá de nuestra realidad actual? ¿Estamos dispuestas a esperar con paciencia y esperanza, sin saber el día ni la hora en que se producirá plenamente nuestra transformación? Las vírgenes que velaban en la noche oscura es una metáfora apropiada para el tiempo de desconcertante oscuridad en el que nos encontramos en la vida religiosa. A pesar de la oscuridad actual, ¿podemos permitirnos creer que la celebración nos espera de verdad? Y tres, ¿estamos aprovechando al máximo nuestro momento de ahora, para reunir lo que necesitamos y así estar preparadas para las oportunidades que nos esperan? ¿Cuál es el aceite que necesitamos llevar con nosotras? Creo que el aceite que necesitamos no será el mismo para todas las situaciones. No será el mismo para cada persona, y no será el mismo para cada Congregación. En la parábola, quizá la razón por la que las vírgenes prudentes no pudieron compartir su aceite con las insensatas no fue la escasez, sino que ese aceite era adecuado sólo para esas vírgenes prudentes, no era el aceite adecuado para las insensatas. Debemos discernir por nosotras mismas lo que necesitamos, basándonos en los signos de los tiempos, y no podemos confiar en que otros u otras decidan por nosotras o nos provean. Para mí, el trabajo de Leadership Collaborative y el trabajo de Giving Voice son ejemplos de cómo nos estamos congregando ahora y así prepararnos para las oportunidades que tenemos por delante.  Fortalecer nuestras relaciones mutuas es uno de los aceites que nos sostendrán. 

 

En la tarea de ser mujeres y líderes sabias, esta parábola nos enseña que hay ciertas cosas de las que debemos responsabilizarnos. Y, al mismo tiempo, creo firmemente que no todo depende de nosotras. No seríamos mujeres de fe si pensáramos que podemos hacerlo todo solas. El trabajo de ser sabias requiere intrínsecamente depender de Dios. La sabiduría se nos ofrece constantemente, estando atentas y suficientemente abiertas para recibirla. Así que juntas nos invitamos a escuchar otro pasaje de la Escritura sobre la sabiduría que nos recuerda que la gracia siempre está ante nosotras. 

 

Proverbios 9:1-6 La sabiduría se ha edificado una casa, ha preparado un banquete, ha mezclado el vino y puesto la mesa. Ha enviado a sus criados para que, desde los puntos que dominan la ciudad, anuncien esto:” Si alguno es sencillo, que venga acá”. Y a los faltos de juicio les dice: "Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia".

 

No podemos confiar únicamente en nosotras mismas para alcanzar la sabiduría. La sabiduría es un don que Dios nos ofrece y del que siempre se nos invita a participar, si tan sólo estuviéramos atentas a lo que se nos presenta.

 

Para terminar, me gustaría ofrecer tres puntos de referencia para caminar por la senda de la sabiduría. Estos puntos de referencia vienen en forma de preguntas. Creo que son preguntas que podemos hacernos en grandes momentos, como el atravesar transiciones en nuestras Congregaciones, pero también pueden aplicar en pequeñas situaciones cotidianas. Las preguntas son:

 

  1. ¿Cuál es nuestra oración?

  2. ¿Cuál es nuestra postura? 

  3. ¿Cuál es nuestra acción? 

 

Ese orden es importante. Podemos caer en la tentación de saltar al último paso y pasar directamente a la acción.  Pero, para ser sabias, primero debemos cimentarnos en la oración. Cuando acudimos a Dios, ¿qué es lo que pedimos? ¿Podemos nombrar y pedir humildemente la sabiduría que necesitamos? En segundo lugar, ¿cuál es nuestra postura?  Después de pedir esa sabiduría, ¿confiamos en que Dios nos la dará? ¿Tenemos paciencia para esperar su llegada? Y, por último, sólo después de habernos cimentado en los dos primeros pasos, ¿cuál es la acción a la que se nos invita? ¿Estamos atentas a la invitación y preparadas para movernos? Que, como las vírgenes prudentes, discernamos cómo ser contemplativas en la acción, esperando con paciencia y preparación, listas para actuar cuando el Amor Divino nos ilumine. 

 

Preguntas para la reflexión:

 

  • ¿Cuáles son tus ideas sobre la sabiduría?  ¿Qué ideas tienes sobre la parábola de las diez vírgenes? 

  • ¿Qué considera más esencial en la vida religiosa?

  • ¿Qué necesitamos reunir ahora para prepararnos para las oportunidades que se nos presentan? 

Comments


BLOG POST ANCHOR
bottom of page